PAISAJE INICIAL
Ya todo preparado,
suspendidas las
lágrimas de aquel párpado antiguo
todo deshabitado para
el tacto que estrena
la raíz poderosa de
su hermosura fácil
-oh, terciopelos
muertos de rubor en la espalda!-
la pared y la acacia,
y hasta aquella
esquina que jugaba su luz indeseable,
y el hombre primitivo
desempolvando gestos,
y aun el niño.
Sí, el niño también
iba tras de su ligereza
comunicando brillos
de estrellas trasnochadas
-¡Corre, que llega la
sombra!
Sí, hasta el niño me
vio aquel silencio
madrugador a oscuras.
Y no pasaba nada; ni
mi inocencia lejos de los álamos
-mis árboles
cordiales-,
ni un recuerdo de
nieve
por la cabeza pálida
y peinada.
Yo sabía mi nombre, y
la hora, y la prisa,
porque traen las
mañanas hace tiempo un mandato
y creía en Dios,
dulce, maravillosamente…
¿Es bastante?
No sé quién puede
levantar así, sin piedras y sin nubes
esta residencia ya
tan cercana al cielo;
no sé quién puede
destinar al vuelo
tanta arena sin ala,
sin recuerdo y sin hojas;
pero es que estaba
todo tímido y preparado,
también yo en mi
silencio,
en mi ignorancia
oculta,
como un lagarto frío
entre las piedras.
Nadie, nadie sabía
que yo hacía mis versos
con mi sangre cortada
por el hielo del hombre.
Y a veces del amigo,
y de mí mismo a
veces.
Nadie vio en mis
mejillas
este revés del cielo
que se muere de sed
inaplacable:
y yo iba tan
despierto
que en este gesto
triste que no sé a quién le debo
había una promesa
rotunda de la aurora.
Todo estaba
dispuesto,
y yo entré como el
viento cerca de la campana,
por los desorbitados
ojos de alguna torre.
Entré.
Preguntadme ahora
cómo es mi habitación.
Yo os la describiré a
ciegas y cantando,
hasta el detalle
mínimo;
pero de aquella
entrada nada sabré decir.
No me exijáis tampoco.
“No la toquéis ya
más…”
O sí; rompedla,
heridla,
estrujadla en las
manos
o echádsela a los
muertos,
“…que así es la
rosa”.
José García Nieto
6 de julio de 1914
Madrid
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