NOCHE CERRADA
Fue
en la infancia, a la vera de los caminos, en el humo perdido
de
los barcos que se alejaron.
Con
ellos se marchaba mi corazón, con rumbo cierto
de
eternidad. Y más allá, donde nuestra mirada no llegaba,
por
pequeña o por triste, algo nos sostenía.
Dios,
el abuelo de los niños, repartiendo
las
gaviotas por el azul sin límites, estaba con nosotros
de
sol a sol, como los viejos labradores,
y
dejaba su mano cansada en nuestros hombros.
Por
qué pensar en cosas tristes. Mis padres
Volvían
del trabajo con ira, se vivía mal en casa,
eran
tiempos difíciles y oscuros.
Y,
sin embargo, ví palomas, estoy cierto, tuve apego a las
atareadas
de mi madre,
directamente
conocí la vida
como
algo, más o menos alegre, que no tenía final.
Desde
el punto de vista de aquel niño
todo
era claro y mañanero, quiero decir, todo era
mentira,
puro engaño. Tú no estabas allí,
ni
aquí, a la vera de los caminos, ni en el humo perdido
de
los barcos. Un muchacho lloraba
frente
al acantilado, bajo la dura enseña
de
la noche sin Dios.
Carlos
Sahagún