En los albores de
primavera
acercándose a los largos
atardeceres
se extiende a modo de
cascada
la feria más cultivada
para deleite de aconteceres
de todos los transeúntes y
paseantes,
libros en todas formas,
tamaños y colores.
En la Plaza Mayor del
pueblo,
el paseo más emblemático
de la pequeña ciudad
o el parque más visitado y
halagado,
bajo el sol rutilante y
aplastante
o bajo la incandescencia
estelar
y alguna tormenta
inesperada,
nos visitan todos ellos
con su maestría,
transformada en escritura
y en recios trazos
dibujada.
Este año visitaré la
feria,
garbeando las soledades
por la alta meseta
de los Campos de Castilla
de la mano de Machado.
Tendré la libertad
afianzada en la brisa azul del mar,
amparada por el ángel
bueno
y el ángel superviviente
de Alberti.
Conoceré las altas y
gélidas cumbres de otro continente,
acompañada por Vallejo.
Extenderé la mano a los
afligidos campesinos de tierras levantinas con Miguel Hernández.
Palparé el intimismo de
Champourcín
y la fortaleza de Sor
Juana Inés.
Y aún hay más;
grandes y pequeños
relatos, enciclopedias,
cuentos, revistas, firmas…
en medio de los esbeltos
tulipanes, una noble sonrisa
o entre los achaparrados
pensamientos,
un cordial apretón de
manos.
Este año iré a la feria
del libro.
Gloria Gómez Candanedo
De “Nombre de mujer”