Somos capaces de construir
puentes levadizos,
sobre un océano, unir
continentes lejanos,
sólo para ver el color de
su cielo.
Capaces de hacer volar un
satélite,
cruzar la estratosfera, la
onda terrestre,
sólo para clavar un trozo
de tela en otro planeta.
Capaces de minar la tierra
hasta su núcleo voraz,
para encontrar un preciado
metal.
Soportamos una corona de
espinas
en nuestra frente, por
piedad,
arrastramos pesadas
cadenas en nuestro torso,
sin suspiro,
por demostrar una entereza
pusilánime.
Avanzamos en sendas
marcadas
por rocas abruptas con los
pies descalzos,
por una empecinada
miseria.
Sin embargo, a veces, no
somos capaces de abrazar
con sencillez, ante un
orgullo anquilosado.
Dejamos pasar los días
delante de nuestra tez
por la torpeza de una
palabra callada,
una palabra amiga, incapaz
de volar;
y las tardes de noviembre
llegan,
y su luz gris cae sobre
nuestros hombros,
su niebla encorva nuestro
árbol
y sus hojas van cayendo,
encubriendo nuestro lecho,
ahogando nuestra risa
frente al espejo,
dejando nuestro tronco
desnudo,
de una primavera olvidada
en el desván de los sueños
rotos.
Gloria Gómez Candanedo
De “Nombre de mujer”
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