70 DÍAS
Hace setenta
días un manto oscuro cubría las calles
dejando la
huella del aislamiento
y la ruptura
de los abrazos,
quedando
pendiente el hilo de la distancia
sin saber el
tiempo del encuentro.
Nos robaba la
primavera
tapando el
grito de la ausencia
tras los muros
de la indiferencia en algunas alcobas,
tendía el
temor en la sonrisa de medianoche
al relatar la
leyenda milenaria
augurando los
tiempos venideros
que aportaban
luz a tanta desolación.
Setenta días
regocijando en la colina
el estupor de
la despedida
más despiadada
entre el ser humano,
rompiendo la
fraternidad,
devastando el
porvenir del joven
y partiendo la
esperanza a los transeúntes
extendiendo la
mano al recoger misivas de acogida.
Algunos
quedaron en la intemperie
a la ventura
fortuita de la pérdida en sus vidas,
algunos no
tenían una flor
que les
vaticinase una vida mejor,
otros solo
esperaban la piedad acogiendo su alma
en un salón
común a la podredumbre.
Los acordes se
hacían himno
en pos de la
energía para resistir,
y las fuerzas
se aunaban.
En el momento
crepuscular se frotaban las palmas
aupando el
valor de la ciencia como esperanza.
El mal hacía
estragos por doquier
sin omisión ni
elección,
entraba por
las ranuras más insospechadas
hasta la
sensibilidad sutil de la mansedumbre
y muchos se
preguntaban
si ello les
salvaría de tanto rencor acumulado.
Poco a poco el
gentío se acostumbraba a vivir con el extraño,
se aguardaba
el día que la luz volvería a nuestras vidas
con el deseo
de deparar un mejor devenir entre las almas.
Setenta días
después,
jóvenes
encontrándose de nuevo,
almas
pululando por las calles adornadas de primavera,
la naturaleza
cuidó nuestro espacio,
preparó el
recibimiento con el mejor colorido,
el canto de
las aves a veces era lo único que sonaba.
El deseo
vuelve a florecer entre los colindantes,
el ansia de un
encuentro lejano se adueña de la espera,
el entrechocar
de las palmas aún está por llegar,
más el lienzo
se prepara nuevamente
para llenar de
color los días.
Setenta días
de resistencia acunan nuestro retorno.
Sin embargo el
forastero se ha olvidado
de llevarse el
odio de algunos vecinos,
y acuñan
despropósitos
manchando las
calles con otro dolor
empañando la
calidez de este verso.
Gloria Gómez Candanedo