sábado, 23 de marzo de 2019

IRÉ DISFRAZADA Y CON MI PERFUME


IRÉ DISFRAZADA Y CON MI PERFUME


En la tarde grisácea del devenir otoñal,
un delicado arpegio de vals, con olor a jazmín,
cruzaba la penumbra a través del umbral,
danzando a suave ritmo, hasta anclar en mí,
invitándome sigilosamente a entrar en escena.

Saltaré a la nacarada pista de baile,
envuelta en el aderezado artificio
que tú elaboraste para el cuidado de mi talle,
guardando la chispa de mi mirada,
rodeada de sombras y fugaces eclipses.

Iré disfrazada por la serpia ruta celeste
de tus afiladas espinas,
cargadas de implacable y letal pócima,
seduciendo de las plantas, todos los pistilos,
hasta dejar tus sinsabores en ella imbuidos.

Me cubriré con el vestido del sigilo y el misterio,
como exige la milenaria tradición,
bajo tan aparatoso y pesado traje,
permanecerá el perfume de mi esencia,
que ningún tropel de algarabía puede difuminar.

Gloria Gómez
De “Nombre de mujer”



miércoles, 20 de marzo de 2019

CONOZCO LA AUSENCIA DE TU CUERPO



                                                 
CONOZCO LA AUSENCIA DE TU CUERPO

Aquí, la estela del beso rodeando
el insigne moldeado de mi cuerpo tras las caricias
cuando la luz crepuscular apaga el sollozo,
temiendo la ausencia de una palabra
al alejar tu orografía de mis senos.

Aquí, el sonido de tu voz
perdura en mi oído versificando noches de satén
al despedir la simiente del destino
sobre la tierra que te lleva a confines de otros parajes
en la decadencia de los días.

Aunque vuelves con la sonrisa del estupor,
no siempre me regocija la inesperada aventura,
aunque pintas de color las desidias de la noche,
no siempre regreso a tu orilla.

Más la ausencia de u cuerpo sólo es una,
siempre la misma;
el regreso de tu voz trae la palabra inexplorada
sellando la silueta de mi talle,
cada vez en distintas encrucijadas,
y en distintas estaciones,
arropando mansedumbres,
elevando la mirada aturdida,
y arrancando las horas a desabridos andurriales.

Y ahí no quiero retener tu vuelo,
ahí escribo, canto, lloro y hago versos.
Tu cuerpo se viste de sedas transparentes
al expandir la cadencia del sigilo.
Mi cuerpo espera la melodía nocturna
a la indulgencia soslayada
en la densidad de tus labios.

Gloria Gómez Candanedo







martes, 5 de marzo de 2019

AÑO VIEJO - Gloria Gómez




AÑO VIEJO

I
Ya se va.
Se va encorvado por la carga de los días,
el peso de las palabras que se olvidaron pronunciar
en los momentos del amor,
las que quedan en el nudo hecho en la tráquea
al surgir la despedida sin retorno,
las enredadas entre las lágrimas de la emoción
al producir el encuentro con la incertidumbre de la duda.

Ya se va.
Lleva sus pasos torpes por la vereda nocturna
al cargar en una sola mochila
los momentos que podían haber llenado de alegría
la cavidad del tórax ante la desnudez de tu cintura,
ante la calidez de mi mirada en la caricia de la tarde
o el beso olvidado en el soslayo del amanecer.
Se va con todos mis amores y también mis desengaños.

Ya se va.
Y no vuelve su rostro hacia la senda abandonada,
no vuelve la vista hacia el espacio que deja el vacío del adiós,
no gira el tiempo sucedido,
no vuelve a dar la oportunidad de volar.
Se lleva los recuerdos de los retozos en la sombra,
las oportunidades no cultivadas,
y las pieles que olvidaron vivir el temblor.

Ya se va.
Sigilosamente, sutilmente, casi sin avisar,
va recogiendo las últimas páginas,
algunas en blanco,
otras rebosantes de versos escritos en el lecho,
otras mancilladas por la idiotez de la cordura.

Ya se va.
El año se va envejecido.
Se va sin decir adiós,
dejando la ruta marcada,
dejando la huella de los sueños resquebrados en un rincón,
añorando la luz que los vuelva a alzar.
Se va recordando el tiempo
que aún queda para la próxima cosecha.
Alentando almas a retomar la furia de la pasión.

Se va.
Como la ola que arrastra un corazón dibujado en la arena,
diluyendo la sonrisa robada al horizonte
acaecido en la comisura de tus labios
o al ardor sostenido en la línea de los míos
cada vez que te alejas.
Se lleva las veces que sentí el latido de la emoción
cuando una tarde cualquiera nos besábamos.

Se va repleto,
en su espalda se cobijan los abrazos apagados en la quietud,
los deseos no saciados y también los saciados,
los encuentros y las despedidas,
y dentro de lo efímero de su partida
alguna sonrisa no volverá.


II
Se aleja y al paso de las horas
los comensales se apiñan ante la mesa cubierta de viandas
como queriendo retener en el último minuto
los momentos intensificados al llegar la primavera
de aquel día que vimos partir un ser importante
dejando el hueco que ocupaba en el balancín
anidando la ternura.

Queriendo retener en el penúltimo bocado de silencio
el rencor añejo de una crucial mirada en el espejo,
abocar el suspiro robado en una caricia
supuesta en la traición.

Se reúnen interfiriendo la complicidad de las miradas
al destello de ira al pronunciar la primera sílaba.
Alzan la copa y el choque parece
un rechinar de dientes ante cinismos acumulados
en el paso de los últimos minutos
prolongados en el trago de un licor.

En cada gota que  atraviesa la garganta
va evaporando los ensueños trazados
en las tardes del estío
mientras los dedos recorren la piel ardiente
clamando futuros para el regocijo del invierno.



III
No acostumbramos a la partida de lo viejo.
Y como ansiando agarrar los deseos desperdiciados
tras la ferocidad del desconsuelo,
una oquedad nos aprisiona el pecho
queriendo ahogar el dolor en el brindis de la ocasión.

Nos lanzamos a agotar los segundos
que nos quedan, en emitir propósitos al vuelo,
para apaciguar la pérdida de los que nos quedaron por hacer.

El año se va envejecido, cansado y una vez más,
olvida llevarse el hambre de algunos pueblos,
la miseria de algunos botarates poseedores de la razón
y la pobreza de la barbarie
afinada en el rincón de la podredumbre.
También olvida llevarse el rencor acaecido en la entraña
y lágrimas de piedra resquebrajan la esperanza
de una nueva escritura.

Ya suenan campanas de medianoche anunciando la despedida,
hay gentíos que alborotan la plaza abrazando los últimos segundos,
algunos alzan los nuevos retos en la copa,
otros no vuelven la vista a lo olvidado,
en algún rincón surge la despedida.
Suenan campanas, suenan
y al último crujir acude el primer brindis
con la llegada de la luna nueva.

Gloria Gómez