PRIMER DOMINGO DE MAYO
La flor en tersura definiendo el símbolo
tierno,
a la vez que una fortaleza sosteniendo el armazón,
dibujando la calidez de los siglos,
acariciando la semblanza de viejos enseres,
abrazando el llanto y la sonrisa en cada pétalo.
Hoy la llamada viene de lejos
a recordar la ternura del jardín de los arrumacos.
Sigue fluyendo la savia en nuevos tallos
invocando la copla de la mañana en el frío invierno,
sigue floreciendo el arbusto del patio
abocando la pena de la huída.
Oigo la voz queriendo templar los ímpetus,
queriendo aplacar el enojo sin razón en sendas escarchadas
y también la voz que desde lejos
susurra en el oído la melodía de la quietud.
La brisa trae el murmullo de madrugadas
marcando nuevas historias al partir,
el olor del rosal en la tarde estival
y la danza de la noche en el traqueteo
preparando el rumbo en vestidos del futuro.
No hay distancia que diluya la fortaleza
de la sonrisa más entrañable
ni el pundonor de la lágrima en la despedida.
No hay obstáculo para sentir la cercanía
de la palabra del consuelo en la lejanía.
No hay imposible que haga olvidar
la fuerza que da un abrazo mesurado.
Perdura la fragancia en los nuevos brotes,
los que adornan mi linaje,
los que cada día se mueven con tu grácil contoneo,
con sus balbuceos me transportan a no olvidar,
arrojando sus pétalos a nuevos rumbos.
La flor más tersa para definir
que nada se destruye al quedar en el recuerdo,
en la piel rodeada del gorjeo mañanero,
la que ama sin medida y sin condición,
la sublime primavera
surge el primer domingo de mayo.
a la vez que una fortaleza sosteniendo el armazón,
dibujando la calidez de los siglos,
acariciando la semblanza de viejos enseres,
abrazando el llanto y la sonrisa en cada pétalo.
Hoy la llamada viene de lejos
a recordar la ternura del jardín de los arrumacos.
Sigue fluyendo la savia en nuevos tallos
invocando la copla de la mañana en el frío invierno,
sigue floreciendo el arbusto del patio
abocando la pena de la huída.
Oigo la voz queriendo templar los ímpetus,
queriendo aplacar el enojo sin razón en sendas escarchadas
y también la voz que desde lejos
susurra en el oído la melodía de la quietud.
La brisa trae el murmullo de madrugadas
marcando nuevas historias al partir,
el olor del rosal en la tarde estival
y la danza de la noche en el traqueteo
preparando el rumbo en vestidos del futuro.
No hay distancia que diluya la fortaleza
de la sonrisa más entrañable
ni el pundonor de la lágrima en la despedida.
No hay obstáculo para sentir la cercanía
de la palabra del consuelo en la lejanía.
No hay imposible que haga olvidar
la fuerza que da un abrazo mesurado.
Perdura la fragancia en los nuevos brotes,
los que adornan mi linaje,
los que cada día se mueven con tu grácil contoneo,
con sus balbuceos me transportan a no olvidar,
arrojando sus pétalos a nuevos rumbos.
La flor más tersa para definir
que nada se destruye al quedar en el recuerdo,
en la piel rodeada del gorjeo mañanero,
la que ama sin medida y sin condición,
la sublime primavera
surge el primer domingo de mayo.
Gloria Gómez Candanedo
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