VOLVER A SALIR
Pasan los días
y pasa el tiempo
dejando la
honda cicatriz,
la luz nos
obliga a salir al encuentro
con almas ficticiamente
amigas,
con roles que
robaron tramos de nuestra vida
envenenando el
sosiego,
rompiendo el
eslabón de la concordia en nuestra tez.
Pasan los días
abriendo de nuevo
un surco al
caminar de frente,
porque mirar
atrás ya no sirve,
atrás quedaron
vestigios de duelo
y sueños
incrustados en la alevosía de un caminar
dando bandazos
creyendo transitar
un mundo
fabuloso lleno de clamor.
El mundo
corría como si no hubiera mañana,
aplastaba manos
laboriosas,
trepidante a
conseguir el más alto galardón
y el mismo
mundo nos detuvo.
Ahora pasan
los días y nos acostumbramos
a sobrevivir
sin necesidad de la exuberancia
que solo deja un
vacío en nuestra piel,
palabras
huecas
que sólo
destellan la sagaz soledad
bajo la
intemperie invernal en el último rincón.
Pasan los días
y se va
abriendo la cortina
para dejar el
horizonte lúcido y limpio
como si
hubiésemos tenido que cumplir condena
por el nefasto
devenir de un mundo enloquecido
por conseguir
el podio de nuestras miserias
vestidas de
pundonor.
Pasan los días
y el temor a
cruzar el zaguán nos deja desnudos
frente a la
nueva acritud del vecino
elevando
cantos a mezquindades absurdas
acogiéndose a
viejos blasones,
quizá su
objeto de supervivencia.
Nos hemos
forjado en nuestro pequeño mundo
y no queremos
volver de nuevo a la miseria
de tan
encomiada vida,
tiembla el
pulso ante una desfachatez
procurada en
siglos de historia
haciendo el
vestir cada día.
Desde la
azotea o desde el ventanuco
vemos la
colina luminosa como nunca,
el futuro
esperando al otro lado del jardín,
más el miedo a
flaquear es más fuerte.
Noventa y ocho
días avalan el esfuerzo.
Tal vez
hayamos aprendido, o no.
Gloria Gómez