EN LO GRIS
Miraba
lejos, mirada perdida,
tez
apagada, sin brillo, sin lágrimas,
dilucidaba
pasados en su testa,
recorría
espantos por su sien,
un
papel arrugado entre las manos,
un
anillo rodaba de un dedo a otro,
una
pena acompañaba la comisura de los labios.
Tenía
la sonrisa rota,
le
rodeaba un halo de solitaria entereza,
tomaba
el frío a cucharadas del tiempo
mientras
el mundo ignoraba su presencia.
Bajo
un abrigo deslucido
caminaba
sin mirar atrás,
tampoco
buscaba aliento hacia delante,
nada
le hacía regresar al punto de partida.
Decidió
partir hacia la nada,
perdida,
tambaleándose
entre el bien y el mal,
sin
distinguir el color de la esperanza,
sin
saber si el sol
volvería
al tragaluz de su ventana,
sin
esperar la flor de la noche
que
perdió su destino escrito,
rubricado
ante la magna estirpe.
Volvía
cada tarde a mirar el horizonte
desvaneciéndose
al terror de la oscuridad
y
degollaba deseos apaleados
entre
las flores del espinoso lecho
como
único resquicio de esperanza.
Aturdida,
sus alas rotas, su alma vacía,
el
recuerdo llama a la puerta
y
rompe la trémula desfachatez de una fuerza
envolviendo
la palabra deliberada del adiós.
Deliberada
ante la tremebunda sospecha
del
urdidor de la tiranía,
el
semblante denostador de los días de
miel,
los
que marcaron el camino de golpes en la sien
y
magulladuras en el alma.
Ella
da pasos a la deriva,
en
la invisibilidad de muchedumbres a diario,
algún
dedo la señala
como
quien apunta el ocaso de los días
sin
saber si una sábana fresca
la
recogerá al final de la tarde.
Camina
sola,
apenas
tiene firmeza en los pies,
apenas
le sostienen las vértebras,
en
la curva de su espalda
guarda
la carga del error, el peor,
el
mundo apenas la conoce, apenas la ve,
ni
siquiera sabe su nombre,
no
importa que uno más
sume
a la lista de la macabra noticia,
nadie
lo sabía,
todos
ciegos ante el beligerante suceso.
Nadie
escuchaba su grito en silencio,
ni
veía su sombra gris.
Nadie.
Mas todos, cómplices.
Gloria
Gómez
Cuadro de Edwuard Hopper