UNA MUJER SE INCLINA HACIA LA
TIERRA
Una mujer inclina su osamenta
sobre la fresca hierba y
arranca la maleza
pensando en el contacto de
la tierra y su semilla.
Una mujer viste de negro
desteñido,
tiene su piel curtida por
el viento
y el sol no anida en sus
bolsillos ni en sus piernas.
Una mujer entreteje los
sueños del futuro
inclinada mirando la
humedad y los terrones,
piensa en lo que no puede
pensar
y se entrega placiente a
los olores frescos
que salen de sus manos
tirando de los niños.
Dónde están mis preferidos…
y el patio se puebla ahora
de palabras indecisas,
mil hojas verde
amarillentas dibujan formas del murmullo,
ídolos caen de templos
primordiales entre rituales polimorfos
entretejiendo nudos,
donde la memoria devuelve
los espectros
y caen uno a uno los
recuerdos,
un pasado brotado palpando
el tacto verde
que enturbió la arboleda
agolpando las sombras
que querían beber la líquida
espesura ahora
convertida en un árbol de
viento, enredado en el aire.
Una abertura más allá de
lo mirado se convirtió en su sexo
un pensamiento sin ideas,
sólo formas combinadas de
diversas maneras
y dentro de ellas un
anillo de cales conduciendo ecos, luces, deseos
cascadas de labios
habitando las grietas donde el insecto
entreteje los hilos
agrisados donde colgar la luna.
No hay adentro ni afuera,
el alfabeto es la madera
del tronco calcinado
que murió entre las
llamas,
incendio de
resurrecciones,
y el tiempo, el tiempo que
no vuelve,
es la inclinada cabeza que
ira entre las hierbas
la estrella que se tiñó de
verde
y que arrastró consigo el
continente no geográfico
donde una mujer bebe el
humo de su hoguera
y arranca la música
nocturna
que las yemas de sus dedos
no ha inventado todavía.
Norma Menassa
21 de septiembre de 1938
Buenos Aires
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