ELLA ERA ITALIANA, YO
MARINERO
Como los ojos del
Mediterráneo azul misterio
y la piel de olvido
envejecido por el sol tardío,
me regalaba, en sus
visitas,
plantas de delicada
floresta con fragancia de olivas.
Al despedirse,
acariciando mi cuerpo como un dibujo,
dejaba en el aire una
melodía: ¿Te acordarás de mí?
¡Cómo no hacerlo! Con
esos estambres y pistilos que
precisan mucha luz,
poco sol y humedad de invernadero.
Esos pétalos te
hablarán en mi ausencia
y, cuando alguien
pregunte por su origen,
mentirás de soslayo
como tú sabes.
Ella era italiana y
cada mes viajaba desde Sicilia
con su ofrenda para
mi tumba, si la besaba,
pagando así el
secreto pacto de amor.
Yo cumplía, por mi bien,
y ella amaba mi
cuerpo con la energía
de la minuta que
dejaba en mi cartera al partir.
Esto guárdalo en un
cofre de estaño y
en el próximo viaje
renovamos la condena.
Al marchar dejaba en
mis bolsillos la plusvalía del goce
con billetes de ida y
vuelta,
postergando mi futura
ejecución.
Yo me dedicaba al
contrabando de artistas,
ella compraba mis
guiones para sus películas
y nunca quiso que mi
nombre figurase en los créditos.
Tú eres mi negro
favorito.
Escribe y canta
cuando no estoy,
susurra mi silueta
cuando hagas el amor entre esas flores
y después dame el
material escrito
de tus aventuras para
los jóvenes actores que me rodean.
¡Insieme cambieremo il
mondo!
Juntos, sí, y al son
de su cadera en mi cintura
bailaba en el mirador
de mi estancia sureña.
Yo navegaba cauto
cada renglón
en los pergaminos
nocturnos del temblor
y al regar las
plantas del Mare Nostrum tarareaba:
¡Amore mío, oh amore mío!
Carlos Fernández del
Ganso
17 de abril de 1958
Madrid
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