LAS JOYAS
Ella
estaba desnuda, y, sabiendo mis gustos,
sólo
había conservado las sonoras alhajas
cuyas
preseas le otorgan el aire vencedor
que
las esclavas moras tienen en días fastos.
Cuando
en el aire lanza su sonido burlón
ese
mundo radiante de pedrería y metal
me
sumerge en el éxtasis; yo amo con frenesí
las
Cosas en que se une el sonido a la luz.
Ella
estaba tendida y se dejaba amar,
sonriendo
de dicha desde el alto diván
a
mi pasión profunda y lenta como el mar
que
ascendía hasta ella como hacia su cantil.
Fijos
en mí sus ojos, como en tigre amansado,
con
aire soñador ensayaba posturas
y
el candor añadido a la lubricidad
nueva
gracia agregaba a sus metamorfosis;
y
sus brazos y piernas, sus muslos y sus flancos
pulidos
como el óleo, como el cisne ondulantes,
pasaban
por mis ojos lúcidos y serenos;
y
su vientre y sus senos, racimos de mi viña,
avanzaban
tan cálidos como Ángeles del mal
para
turbar la paz en que mi alma estaba
y
para separarla del peñón de cristal
donde
se había instalado solitaria y tranquila.
Y
creí ver unidos en un nuevo diseño
-tanto
hacía su talle resaltar a la pelvis-
las
caderas de Antíope al busto de un efebo,
¡soberbio
era el afeite sobre su oscura tez!
-Y
habiéndose la lámpara resignado a morir
como
tan sólo elfuelo iluminada el cuarto,
cada
vez que exhalaba un destello flamígero
inundaba
de sangre su piel color del ámbar.
Charles
Baudelaire
9 de abril 1821
Paris – Francia
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