LA INQUIETUD FUGAZ
He mordido manzanas y he
besado tus labios.
Me he abrazado a los pinos
olorosos y negros.
Hundí, inquieta, mis manos
en el agua que corre.
He huroneado en la selva
milenaria de cedros
que cruza la pradera como
una serpie grave,
y he corrido por todos los
pedrosos caminos
que ciñen como fajas la
ventruda montaña.
¡Oh amado, no te irrites
por mi inquietud sin tregua!
¡Oh amado, no me riñas porque
cante y me ría!
Ha de llegar un día en que
he de estarme quieta,
¡ay, por siempre, por
siempre!
Con las manos cruzadas y
apagados los ojos;
con los oídos sordos y con
la boca muda,
y los pies andariegos en
reposo perpetuo
sobre la tierra negra.
¡Y estará roto el vaso de
cristal de mi risa
en la grieta obstinada de
mis labios cerrados!
Entonces, aunque digas:
-¡Canta!, no volveré a cantar.
Me iré desmenuzando en
quietud y en silencio
bajo la tierra negra,
mientras encima mío se
oirá zumbar la vida
como una abeja ebria.
¡Oh, déjame que guste el
dulzor del momento
fugitivo e inquieto!
¡Oh, deja que la rosa
desnuda de mi boca
se te oprima a los labios!
Después será ceniza sobre
la tierra negra.
Juana de Ibarbourou
8 de marzo de 1892
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