miércoles, 8 de marzo de 2023

A UNAS ANSIAS AMOROSAS

 


 A UNAS ANSIAS AMOROSAS

 

Pues no puedo callar

ni hablar tampoco puedo,

entre callar y hablar

desahogarme intento.

 

Y callando lo más

y diciendo lo menos,

podré cumplir en parte

con estos dos afectos.

 

Yo me abraso de amores,

sin duda yo me quemo,

que me ha llegado así

un infinito fuego.

 

De cerca pudo herirme

si bien estaba lejos,

y en calor tan activo

se deshizo mi hielo.

 

Es el amante mío

fino por todo extremo, y

 agora, por mi dicha,

ha dado en estar tierno.

 

Causan efectos tales

sus regalos del cielo,

que cuando me da vida,

me la quite deseo.

 

Yo no entiendo sus obras

y sólo decir puedo

que con razón le llaman

artífice de enredos.

 

No sabré encarecer

lo mucho que padezco

ni lo mucho que gozo,

todo en un mismo tiempo.

 

Para matar de amores

y hacer otros excesos,

sus gracias sólo bastan,

que es hermoso y discreto,

 

liberal y apacible,

caricioso y risueño,

y también le hace gracia

un poquito de ceño.

 

Este se quita al punto

en un abrazo estrecho,

y queda serenado

todo el hermoso cielo.

 

No pudiera decir,

si el tiempo fuera eterno,

cuánto sé de su amor

y lo que yo le quiero.

 

Vivo con imposibles,

porque un amor inmenso

para amarte, bien mío,

quisiera por lo menos.

 

Tú eres, dulce Señor

y regalado dueño,

a quien me dio el amor

por excesivo precio.

 

Naciste para mí,

moriste en un madero,

quedaste en comida 

de gustos verdaderos.

 

Este fue el non plus ultra

de tu poder inmenso;

pudo llegar aquí

de tu amor el exceso.

 

Más no pudo pasar

ni hacer mayor empeño,

que en fineza tan grande

echaste todo el resto.

 

¿Cómo no me deshago

en agradecimiento

comiendo tantas veces

este manjar del cielo?

 

Sin duda este bocado,

de bien y gloria lleno,

me hechiza y enamora

y hace perder el seso.

 

Y mientras más le como,

más apetito tengo,

que aunque me sacia el alma

la aviva por extremo.

 

¡Qué enamorado estabas,

querido por quien muero,

cuando, por obligarme,

te diste todo entero!

 

¡Qué engañados que viven

los miserables necios,

que apartados de ti,

piensan vivir contentos!

 

¿Quién les comunicara

la dulzura que siento

y el deleite que gozo

teniéndote en mi pecho?

 

Mi bien, porque te

amaran,

te diera cuanto tengo

de tus dulces regalos,

y pasara sin ellos.

 

¡Oh si pudiera yo,

a costa de tormentos,

hacer que te sirvieran

cuantos te ofenden

ciegos!

 

¡Oh si también pudiera,

con abrasado celo,

dar una voz terrible

en todo el universo

 

diciendo: amad a Dios,

mirad que él solo es

bueno,

él solo satisface

y da consuelo entero!

 

¿Qué utilidad sacáis

de tan viles empleos

que os llevan tan aprisa

a un precipicio eterno?

 

Felicidad infame

son vuestros pasatiempos,

y gloria imaginada

que conduce al infierno.

 

Volved, Señor piadoso,

esos ojos serenos,

y a tanta ingratitud

no castiguéis severo, 

 

que esta mía mayor

con razón considero,

pues que debiendo más,

os pago tanto menos.

 

Pero volviendo ya

a tratar del incendio

que causa en mí tu amor,

se templará este afecto.

 

¿Sabes que me imagino,

y aun lo atengo por cierto,

que estás flechando el

arco

cuando dices requiebros?

 

Presumo que saetas

arrojas a mi pecho

cuando con tus caricias

se derrite de tierno.

 

Acaba de enfermarme

o matarme, te ruego,

pues el morir de amor

es sólo mi remedio.

 

Y en tanto, vida mía,

que tanto bien merezco,

no dejes de aliviarme

con avivar el fuego.

 

¡Oh  si creciera tanto

la llama de este incendio

que abrasara en tu amor

a todo el mundo luego!

 

¡Oh si viesen mis ojos

que con afecto tierno

te amasen cuantos viven

en este vil destierro!

 

No quiero que me des

otra gloria ni premio

sino ver que te busquen

y aspiren a tu reino.

 

Marcela de San Félix

8 de marzo de 1605

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