LA NOCHE DEL MISTERIO
El velo cubre la lontananza,
el cielo acepta la luna iluminando
el campo entre peñascos,
el viandante apura la llegada
al umbral de la cosecha,
elige el retorno al viejo
ensanche amilanado con la huída
y recompone el tesón invitando
al descortés, a compartir la mesa.
La noche absorbe el delirio de
la ventura
entregada a la ceguera de un
vocablo tránsfugo,
eludiendo la vieja promesa,
emanando desolación,
al paso del carruaje
engalanado de limpidez absurda,
tras el cortejo alfeñique
demorado la noche del enigma.
Pasaron siglos antes que
demostraras el buen hacer,
pasaron tormentas y rayos
pulsaron la hiel
antes que supieras la primera
letra,
el tiempo se deshace en
ungüentos de locura
y anhelos laberínticos cada
vez que intentas
borrar la efigie del embeleco.
Aquella noche se deshizo el
sueño entre sábanas oscuras,
el tiempo no hizo más que
abrir el eco en tantas rocas
como las veces que ahuyentabas
el ruego de mi consuelo.
El peso de la razón te encorva
la columna de piedades
al unísono de un rebufo, por
la trasera de tu artificio,
al cuestionar mis soledades
contenidas en ráfagas de sílabas.
La enmienda del desdén,
adquirido en cada almanaque de historia,
corroe la sien, y expande caricias
al osezno,
como el agasajo a la especie
golpeada por la indiferencia,
queriendo recomponer lo
inverosímil,
meticulosamente ataviado.
Gloria Gómez Candanedo
Cuadro: "La anoche estrellada" de Vincent Van Gohg
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