miércoles, 1 de noviembre de 2023

MUJERES DEL MERCADO

 


MUJERES DEL MERCADO

 

 

Son de cal y salmuera. Viejas ya desde siempre.

Armadura oxidada con relleno de escombros.

Tienen duros los ojos como fría cellisca.

Los cabellos marchitos como hierba pisada.

Y un vinagre maligno les recorre las venas.

 

Van temprano a la compra. Huronean los puestos.

Casi escarban. Eligen los tomates chafados.

Las naranjas mohosas. Maceradas verduras

que ya huelen a estiércol. Compran sangre cocida

en cilindros oscuros como quesos de lodo

y esos bofes que muestran, sonrosados y túmidos,

una obscena apariencia.

 

Al pagar, un suspiro les separa los labios

explorando morosas en el vientre mugriento

de un enorme y raído monedero sin asas,

con un miedo feroz a topar de improviso

en su fondo la última cochambrosa moneda.

 

Siempre llevan un hijo, todo greñas y mocos,

que les cuelga y arrastra de la falda pringosa

chupeteando una monda de naranja o de plátano.

Lo manejan a gritos, a empellones. Se alejan

maltratando el esparto de la sucia alpargata.

 

Van a un patio con moscas. Con chiquillos y perros.

Con vecinas que riñen. A un fogón pestilente.

A un barreño de ropa por lavar. A un marido

con olor a aguardiente y a sudor y a colilla.

Que mastica en silencio, que blasfema y escupe.

 

Que tal vez por la noche, en la fétida alcoba,

sin caricias ni halagos, con brutal impaciencia

de animal instintivo, les castigue la entraña

con el peso agobiante de otro mísero fruto.

Otro largo cansancio.

 

Oh, no. Yo no pretendo pedir explicaciones.

Pero hay cielos tan puros. Existe la belleza.

 

Ángela Figuera Aymerich

30 de octubre de 1902

Bilbao

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