BALADA DEL CAMINO
He tardado mucho en
llegar.
Día tras día iban mis
pasos comprendiendo el camino,
unas veces me alejaba de
Dios, y otras me acercaba más a él;
a veces me besaban unos
labios, y a veces los sentía
muy lejanos de mí y casi
muertos en la noche.
He caminado con las
estaciones del año,
con los ríos silenciosos y
con las estrellas;
he caminado con la tierra
de trigo
y con el viento triste de
las calles abandonadas
que agitaba sus alas en mi
espíritu.
He tardado mucho tiempo en
llegar
y muchas ilusiones
perdidas como flores de almendro
a largo del sueño
mantenido en las horas entreabiertas de estudio.
He tardado muchos días
inolvidables,
a veces al borde de un
arroyo, a veces al borde de la música,
sintiendo el corazón
viajero como las nubes
y la mano dispuesta para
apretar el silencio de otra mano.
He caminado la tierra más
desnuda,
y los días más claros y más
hermosos,
y las noches más altas y
transparentes,
a solas con la llanura y
con el cielo,
sin desear otra hermosura sino
el nombre sereno del Señor,
mientras su voz amiga
consolaba mi humana permanencia.
He tardado en llegar, pero
no estoy al fin de mi camino.
El tiempo se desnuda de
sus galas antiguas en la madurez del corazón,
y quedan sus horas
ofrecidas en carne limpia.
He llegado por fin, y está
el hogar encendido,
esperando la mirada más
lenta de mis ojos,
la mirada que no termine
nunca
mientras los árboles renuevan
su belleza inmortal y pasajera.
Ya no quiero ser más de lo
que soy
porque la luz y la sombra
sienten la gratitud nacida de mi palabra,
y el canto que afirmaba mi
presencia ideal entre los hombres
desmaya suavemente como si
sólo fuera posible la piedad.
De “Baladas interiores”
Luis Felipe Vivanco
22 de agosto de 1907
San Lorenzo del Escorial
(Madrid)
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