A UNA MUJER
No hay que llorar porque
las plantas crecen en tu balcón,
no hay que estar triste
si una vez más la rubia
carrera de las nubes te reitera lo inmóvil,
ese permanecer en tanta
fuga. Porque la nube estará ahí,
constante en su inconstancia
cuando tú, cuando yo
–pero por qué nombrar el
polvo y la ceniza.
Sí, nos equivocábamos
creyendo que el paso por el día
era lo efímero, el agua
que resbala por las hojas hasta hundirse en la tierra.
Sólo dura lo efímero, esa
estúpida planta que ignora la tortuga,
esa blanda tortuga que
tantea en la eternidad con ojos huecos,
y el sonido sin música, la
palabra sin canto, la cópula sin grito de agonía,
las torres del maíz, los ciegos montes.
Nosotros, maniatados a una
conciencia que es el tiempo,
no nos movemos del terror
y la delicia,
y sus verdugos
delicadamente nos arrancan los párpados
para dejarnos ver sin
tregua cómo crecen las plantas del balcón,
cómo corren las nubes al
futuro.
¿Qué quiere decir esto? Nada,
una taza de té.
No hay drama en el
murmullo, y tú eres la silueta de papel
que las tijeras van
salvando de lo informe: oh vanidad de creer
que se nace o se muere,
cuando lo único real es el
hueco que queda en el papel,
el golem que nos sigue sollozando
en sueños y en olvido.
Julio Cortazar
26 de agosto de 1914
Ixelles – Bélgica
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