EL REO DE MUERTE
¡Oh, vedle, vedle! ¡Turbia
y ardiente la mirada,
en brazos de su culpa que
le acrimina austera,
tan lejos y tan cerca de
la insondable nada,
del mundo que le arroja,
del polvo que le espera!...
¡Luchando con extrañas y
horribles agonías
que traen ante sus ojos en
rápida carrera
sus inocentes horas, sus
conturbados días,
el cuadro pavoroso de su
existencia entera!
Ayer, aunque entre
sombras, lo porvenir incierto,
brindábale ilusiones de
amor y de ventura,
y hoy, asomado al borde de
su sepulcro abierto,
contempla horripilado la
eternidad obscura.
La muerte, que le acosa
con misterioso grito,
desierta los terrores de
su conciencia impura:
quiere llamar, y apaga sus
voces el delito,
quiere huir, y le asalta
la hambrienta sepultura.
¡Ay, si recuerda entonces
el dulce hogar sereno
donde pasó ignorada su
infancia soñadora,
la amante y pobre madre
que le llevó en su seno,
único ser acaso que le
disculpa y llora!
¡Ay triste de él si al
lado del hondo precipicio
su amparo no le presta la
fe consoladora;
la fe que se levanta
potente en el suplicio
y da sus alas de ángel al
alma pecadora!
¡Miradle! Cada paso que
hacia el cadalso avanza
de su agitada vida los
horizontes cierra:
apágase en sus ojos la luz
de la esperanza
y el peso de la muerte fatídico
le aterra.
¡Ay, ten valor! Si un día
de imprevisión y dolo
te puso con los hombres y
con la ley en guerra,
mañana entre los muertos
abandonado y solo
en su profundo olvido te
envolverá la tierra.
Aparta tu mirada terrífica
y sombría
de esa apiñada turba que
bulle en el camino
para gozar del triste
placer de tu agonía
y presenciar el término de
tu fatal destino.
¡Oh! No la empuja sólo su
imbécil sentimiento
hacia el cadalso infame
que espera al asesino.
¡Hasta la cumbre misma del
Gólgota sangriento
siguió también los pasos
del redentor divino!
Julio 1861
Gaspar Núñez de Arce
4 de agosto de 1832
Valladolid
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