DOS EN EL CREPUSCULO
Fluye entre tú y yo en el
mirador
un claror submarino que
deforma
perfiles de colinas y tu
rostro.
Está en un fondo huidizo,
cada gesto
tuyo es ajeno a ti; entra
sin huella
y se esfuma, en el medio
que cubre
cada estela, cerrándose a
tu paso:
tú aquí conmigo, en este
aire bajado
para sellar el sopor de
las rocas.
Yo, caído
en el poder que pesa en
torno, cedo
al sortilegio de no
reconocer
de mí ya nada fuera de mí:
si alzo
el brazo apenas, se me
vuelve ajeno
mi acto, se parte en un
cristal, ignota
y oscurecida memoria, y ya
el gesto no me pertenece;
si hablo,
yo escucho atónito aquella
voz
descender a su gama más
remota
o muerta en el aire que no
la sostiene.
Así, en el punto que
resiste a la última
consunción de la luz,
dura el desmayo; y luego
un soplo eleva
los valles en frenético
temblor
y arranca de las frondas
un rumor
muy leve que se extiende
entre rápidos humos y las
luces primeras
dibujas los muelles.
…las
palabras
entre nosotros caen
suaves. Te miro
en un blando reflejo. Yo no
sé
si te conozco; sé que
nunca estuve
de ti tan separado como en
este tardío
retorno. Unos instantes
han quemado
todo de nosotros: salvo
dos rostros,
dos máscaras donde se
graba una sonrisa
desganada.
Eugenio Montale
12 de octubre de 1896
Milán – Italia
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