LUZ
¿Adónde el alma incierta
pretende el vuelo remontar
ahora?
¿Qué rumor de otra vida la
despierta?
¿Qué luz deslumbradora
inunda los espacios y
reviste
de lujoso esplendor cuanto
era triste?
¿La inquieta fantasía
finge otra vez en la
tiniebla oscura
los destellos vivísimos
del día,
lanzándose insegura,
enajenada en su delirio
vago,
de un bien engañados tras
el halago?
¡Ah, no! Que ya desciende
sobre Quisqueya, a
iluminar las almas,
rayo de amor que el
entusiasmo enciende,
y de las tristes calmas
el espíritu en ocio, ya
contento,
surge a la actividad del
pensamiento.
Y surge a la existencia,
al trabajo, a la paz, la
Patria mía,
a la egregia conquista de
la ciencia
que en inmortal porfía
los pueblos y los pueblos
arrebata
y del error las nieblas desbarata.
Ayer, meditabunda,
lloré sobre tus ruinas
¡oh, Quisqueya!
toda una historia en
esplendor fecunda,
al remover la huella
del arte, de la ciencia,
de la gloria
allí esculpida en perennal
memoria.
Y el ánimo intranquilo
llorando pregunto si nunca
al suelo
donde tuvo el saber preclaro
asilo
a detener su vuelo
el genio de la luz en
fausto día
con promesas de triunfos
volvería.
Y de esperanza llena
temerosa aguarde, y al
viento ahora,
cuando amanece fúlgida, serena,
del bienestar la aurora,
lanzo del pecho, que
enajena el gozo,
las notas de mi afán y mi
alborozo.
Sí, que ensancharse veo
las aulas, del saber
propagadoras,
y de fama despiertase el
deseo,
brindando protectoras
las ciencias sus tesoros
al talento,
que inflamado en ardor
corre sediento.
Ya de la patria esfera
los horizontes dilatarse
miro:
el futuro sonriendo nos
espera,
que en entusiasta giro,
ceñida de laurel, a la
eminencia
se levanta feliz la
inteligencia.
Es esa la futura
prenda de paz, de amor y
de grandeza,
la que el bien de los
pueblos asegura,
la base de firmeza
donde al mundo, con
timbres y blasones,
se elevan prepotentes las
naciones.
¡Cuántas victoria altas
el destino te guarda,
Patria mía,
si con firme valor la
cumbre asaltas.
Escúchame y porfía;
escucha una vez más, oye
ferviente
la palabra de amor que
nunca miente:
yo soy la voz que canta
del polvo removiendo tus
memorias,
el himno que a tus
triunfos se adelanta,
el eco de tus glorias…
No desmayes, no cejes,
sigue, avanza:
¡tuya del porvenir es la
esperanza!
Salomé Ureña de Henríquez
21 de octubre de 1850
Santo Domingo – Rep.
Dominicana
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