viernes, 9 de diciembre de 2022

EL ALMA QUE NO AMAINA

 


EL ALMA QUE NO AMAINA

 

 

Asomada a mi garganta

contemplo la selva de mi interioridad

azotada de viento,

erosionada por múltiples inundaciones.

 

Dicen que el tiempo lima las protuberancias del alma,

igual que el agua de los ríos torna en suave mejilla

el contorno de las piedras.

Que la memoria aprende a ojos cerrados el inmutable perfil de las riberas

y un día de tantos se llega al final de lo impredecible.

 

Pero yo no parezco encontrar certidumbres en la madurez.

Cuando mis ojos penetran en el follaje del pecho

donde se agazapa mi corazón

las veredas holladas, una y otra vez por mis pasos

son como el pasto lleno de tigres de Rousseau.

Humedades, estaciones imprevistas

atizan la floración de selvas inmediatas

y árboles sin experiencia

ingenuos escaladores del cielo

batallan rama a rama por un claro

desde donde asomarse

al lugar que vislumbraron

cuando soñaban germinar.

 

No presiento en mí el instinto migratorio

apartándome de estos bosques fecundos

donde las experiencias se acumulan cual trozas

olorosas a detritus;

donde la mano del huracán me abate con palmeras

y no hay otra manera de enfrentar a los insectos

que la desnudez.

 

De tiempo en tiempo pienso en terrazas frente al mar

donde sentarme a envejecer

pienso en la visión de las copas de los árboles,

percibida en el silencio.

Pero los tucanes y oropéndolas

el jaguar y el ocelote

lo primitivo y salvaje que ha quedado sin revelar

esgrime su irresistible tentación tras la tersa ilusión del horizonte.

 

Viajera en pos de lo profundo e ignoto.

Mujer con el alma agujereada por los colibríes

desecho la memoria del desván donde guardé escudos y encantamientos

para proteger esta piel vulnerable al rasguño

y abrazo vociferante y temblando

el huracán, el tornado, la tormenta.

 

Desde la espesura de mis pulmones

reclamo sin arrepentimientos

la carne viva, las llagas

el ojo sin miedo

de la juventud.

 

Gioconda Belli

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