AL FUEGO DEL HOGAR
Aún no pongáis las
manos junto al fuego.
Refresca ya, y las mías
están solas; que se
me queden frías.
Entonces que
rescoldo, qué alto leño,
cuánto humo subirá,
como si el sueño,
toda la vida se
prendiera. ¡Rama
que no dura,
sarmiento que un instante
es un pajar y se
consume, nunca,
nunca arderá bastante
la lumbre, aunque se
haga con estrellas!
Este al menos es
fuego
de cepa y me calienta
todo el días.
Manos queridas, manos
que ahora llego
casi a tocar,
aquella, la más mía,
¡pensar que es pronto
y el hogar crepita,
y está ya al rojo
vivo,
y es fragua eterna, y
funde, y resucita
aquel tizón, aquel
del que recibo
todo el calor ahora,
el de la infancia! Igual
que el aire en torno
de la llama también
es llama, en torno
de aquellas ascuas
humo fui. La hora
del refranero blanco,
de la vieja
cuenta, del gran
jornal siempre seguro.
¡Decidme que no es
tarde! Afuera deja
su ventisca el
invierno y está oscuro.
Hoy o ya nunca más. Lo
sé. Creía
poder estar aún con
vosotros, pero
vedme, frías las
manos todavía
esa noche de enero
junto al hogar de
siempre. Cuánto humo
sube. Cuánto calor
habré perdido.
Dejadme ver en lo que
se convierte,
olerlo al menos, ver
dónde ha llegado
antes de que
despierte,
antes de que el hogar
esté apagado.
Claudio Rodríguez
30 de enero 1934
Zamora
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