VOY A CONFIARTE, AMADA…
Voy a confiarte,
amada,
uno de los secretos
que más me
martirizan. Es el caso
que a las veces mi
ceño
tiene en un punto
mismo
de cólera y esplín
los fruncimientos.
O callo como un mudo,
o charlo como un
necio,
suplicando el discurso
de burlas, carcajadas
y dicterios.
¿Qué me miran? Agravio.
¿Me han hablado? Zahiero.
Medio loco de atar,
medio sonámbulo,
con mi poco de
cuerdo.
¡Cómo bailan en ronda
y remolino,
por las cuatro
paredes del cerebro
repicando a compás
sus consonantes,
mil endiablados
versos
que imitan, en sus cláusulas
y ritmos,
las músicas macabras
de los muertos!
¡Y cómo se
atropellan,
para saltar a un
tiempo,
las estrofas sombrías,
de vocablos
sangrientos,
que me suele enseñar
la musa pálida,
la triste musa de los
días negros!
Yo soy así. ¡Qué se
hace! ¡Boberías
de soñador neurótico
y enfermo!
¿Quieres saber acaso
la causa del
misterio?
Una estatua de carne
me envenenó la vida
con sus besos.
Y tenía tus labios,
lindos, rojos
y tenía tus ojos,
grandes, bellos…
Rubén Darío
18 de enero de 1867
Metapa – Nicaragua
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