martes, 25 de junio de 2024

INFANCIA Y MUERTE

 


INFANCIA Y MUERTE

 

Para hacer mi infancia, ¡Dios mío!,

comí naranjas podridas, papeles viejos, palomares vacíos,

y encontré mi cuerpecito comido por las ratas

en el fondo del aljibe con las cabelleras de los locos.

Mi traje de marinero

no estaba empapado con el aceite de las ballenas,

pero tenía la eternidad vulnerable de las fotografías.

Ahogado, sí, bien ahogado, duerme, hijito mío, duerme,

niño vencido en el colegio y en el vals de la rosa herida,

asombrado con el alba oscura del vello sobre los muslos,

asombrado con su propio hombre que masticaba tabaco en su costado siniestro.

Oigo un río seco lleno de latas de conserva

donde cantan las alcantarillas y arrojan las camisas llenas de sangre.

Un río de gatos podridos que fingen corolas y anémonas

para engañar a la luna y que se apoye dulcemente en ellos.

Aquí solo con mi ahogado.

Aquí solo con la brisa de musgos fríos y tapaderas de hojalata.

Aquí, solo, veo que ya me han cerrado la puerta.

Me han cerrado la puerta y hay un grupo de muertos

que juega al tiro al blanco y otro grupo de muertos

que busca por la cocina las cáscaras de melón

y un solitario, azul, inexplicable muerto

que me busca por las escaleras, que mete las manos en el aljibe

mientras los astros llenan de ceniza las cerraduras de las catedrales

y las gentes se quedan de pronto con todos los trajes pequeños.

 

Para buscar mi infancia, ¡Dios mío!,

comí limones estrujados, establos, periódicos marchitos,

pero mi infancia era una rata que huía por un jardín oscurísimo,

una rata satisfecha, mojada por el agua simple,

una rata para el asalto de los grandes almacenes

y que llevaba un anda de oro entre sus dientes diminutos.

 

Federico García Lorca

Cuadro de Murillo

 

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