PRIMER AMOR
No lo supimos la primera
vez;
lo extraño,
que lo hacía distinto de
los sueños,
no estaba en ella, ni
en ser menos real,
más pálida y ausente,
humana donde el mórbido
cuerpo imaginado.
Tampoco en la premura
de gestos que, al
contrario,
habíamos fiado a maravilla
ni en las voces que nunca
imaginamos
-“De un pueblecillo cerca
de Jaén”,
decía, todavía en rosada
ropa interior,
como en un envoltorio de
farmacia.
Y luego de rodillas,
cerca, sobre la cama
esquemática:
-“Ya ves,
a mis hermanos,
que están bien situados,
esa empresa…”
Y de pronto una parte
del cuerpo
próxima se imponía,
mostraba su imprevista
materia
y hacía que nos olvidásemos
de nosotros mismos,
y, como en un relámpago,
amásemos la realidad
y aquella dulce imperfección
inmediata.
-“Mi madre con los años…”
Había unas cortinas de
bordes oxidados
y un perchero
como las mecedoras del
verano.
Pero un día
(aunque quizás el tiempo
nos engañe
y sea sólo ahora)
comprendimos,
supimos de aquel vértigo
más hondo
que los minutos en
secreto.
Era en las escaleras o en
la sala:
aquel señor con aires
oficiosos,
el mecánico verde todavía
de grasa, o el alumno,
no estábamos seguros, del
colegio,
la gente que encontrábamos,
los ojos
que hacían que miraban
otra cosa.
Porque habíamos sido
cuidadosamente guardados
del contagio,
meticulosamente preservados,
y, un momento,
tiraba de nosotros el
instinto
más fuerte, nos hacía
extrañamente solidarios.
Ciudad arriba, luego, en
el camino
de forzoso regreso a la
costumbre,
sentía vagamente –me parece-
algún alivio a mi
respecto,
más amigas las cosas,
menos prieta
la atención a mí mismo,
como si aquella sensación
durase.
Y eso era todo, creo, era
muy corto.
O tal vez algún día
escogía un camino sinuoso,
buscaba los repliegues
azules, las aceras
curvas,
donde los niños juegan a
los naipes
a la luz de un comercio de
ortopedia;
los cielos con alambre
y la humedad afectuosa
de las plazuelas
apartadas.
Carlos Barral
2 de junio de 1928
Barcelona
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