miércoles, 5 de junio de 2024

PRIMER AMOR

 


PRIMER AMOR

 

No lo supimos la primera vez;

lo extraño,

que lo hacía distinto de los sueños,

no estaba en ella, ni

en ser menos real,

más pálida y ausente,

humana donde el mórbido cuerpo imaginado.

Tampoco en la premura

de gestos que, al contrario,

habíamos fiado a maravilla

ni en las voces que nunca imaginamos

-“De un pueblecillo cerca de Jaén”,

decía, todavía en rosada

ropa interior,

como en un envoltorio de farmacia.

Y luego de rodillas,

cerca, sobre la cama

esquemática:

                        -“Ya ves,

a mis hermanos,

que están bien situados,

esa empresa…”

                        Y de pronto una parte

del cuerpo

próxima se imponía,

mostraba su imprevista materia

y hacía que nos olvidásemos de nosotros mismos,

y, como en un relámpago,

amásemos la realidad

y aquella dulce imperfección inmediata.

 

-“Mi madre con los años…”

Había unas cortinas de bordes oxidados

y un perchero

como las mecedoras del verano.

                                                         Pero un día

(aunque quizás el tiempo nos engañe

y sea sólo ahora) comprendimos,

supimos de aquel vértigo más hondo

que los minutos en secreto.

Era en las escaleras o en la sala:

aquel señor con aires oficiosos,

el mecánico verde todavía

de grasa, o el alumno,

no estábamos seguros, del colegio,

la gente que encontrábamos, los ojos

que hacían que miraban otra cosa.

Porque habíamos sido

cuidadosamente guardados del contagio,

meticulosamente preservados, y, un momento,

tiraba de nosotros el instinto

más fuerte, nos hacía

extrañamente solidarios.

Ciudad arriba, luego, en el camino

de forzoso regreso a la costumbre,

sentía vagamente –me parece-

algún alivio a mi respecto,

más amigas las cosas, menos prieta

la atención a mí mismo,

como si aquella sensación durase.

Y eso era todo, creo, era muy corto.

O tal vez algún día

escogía un camino sinuoso,

buscaba los repliegues

azules, las aceras

curvas,

donde los niños juegan a los naipes

a la luz de un comercio de ortopedia;

los cielos con alambre

y la humedad afectuosa

de las plazuelas apartadas.

 

 

Carlos Barral

2 de junio de 1928

Barcelona

 

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