UN CONSEJO DE FAMILIA
¿Quién en la miseria y el
amor concilia?
Esto más que un problema
es un misterio.
Para hablar de un asunto
que es tan serio,
hubo ayer un consejo de
familia.
Hizo de presidente del
concejo
un hombrecito al que la
edad agobia,
y que además del chiste de
ser viejo,
es, nada menos, padre de
mi novia.
A su lado, y en cómoda
poltrona,
con franco y natural
desembarazo,
esta una señora setentona
con un perro faldero en el
regazo.
Y en derredor, con rostros
muy severos,
prontos a discutir y meter
baza,
estaban cual prudentes
consejeros
seis a siete visitas de la
casa.
Y entre todos, causando
maravilla,
de gracia y juventud, rico
tesoro,
como un ángel, sentada en
una silla
estaba la mujer a quien
adoro.
Con que, vamos a ver, dijo
indiscreta
la madre, por anciana
impertinente,
¿es verdad que eres novia
de un poeta?
¿Sueñas con los laureles
de su frente?
-Puesto que lo sabéis,
dijo la niña,
no lo puedo negar: le
quiero mucho.
-Mereces, dijo el padre,
que te riña.
Y la anciana exclamó: -‘¡Cielos!
¡qué escucho!
¡Blasfemia intolerable que
me irrita!
-¡Habráse visto niña
descarada!
Dijo en tono burlón una
visita
pegándose en la frente una
palmada.
-Los versos nada más son
oropeles.
Dijo la anciana en tono
reposado,
y apuesto que no sirven
sus laureles
ni para sazonar el
estofado.
¡Un novio soñador y sin
dinero!
Hija, esto sí que nadie lo
perdona;
ya que tiene corona y no
sombrero,
fuera mejor usara su
corona.
-Los hombres, dijo el
padre, son perversos
pero más los poetas de hoy
en día.
Quizá te piense alimentar
con versos,
y eso vas a comer ¡pobre
hija mía!
-O, quizá sabe, agregó con
triste acento
una visita, al parecer
piadosa,
si se irán a poblar el
firmamento
o a vivir en el cáliz de
una rosa.
-Puede ser, interrumpe
otra persona,
que intente levantar,
llegado el caso,
a orillas de la fuente de
Helicona,
un palacio en las faldas
de Parnaso.
El regalo de boda, amigo mío,
tendrá joyas riquísimas y
bellas
junto a un collar de perlas
del rocío,
el manto azul del cielo y
sus estrellas.
Envidia te tendrán los
serafines,
pues tendrás, deleitando
tu hermosura,
una alfombra de nardos y
jazmines
y un ruiseñor que cante en
la espesura.
El marido feliz te dará un
beso
diciendo: ¡tengo un ángel
por esposa!
¿Y a la hora de comer? ¡quién
piensa en eso!
¡para el poeta la comida
es prosa!
Un coro de estridentes
carcajadas
satíricas, terribles,
infernales,
convirtió las mejillas en
granadas
al ángel de mis sueños
celestiales.
-¿Conque piensas seguir
esos amores,
tú, la más infeliz de las
mujeres,
piensas con el aroma de
las flores
vivir entre la dicha y los
placeres?
¿A qué alta sociedad, hija
querida
te llevará ese amor del
cual abusas?
¡Ha de ser muy monótona la
vida,
sin tener más vistas que
las musas!
Otra risa estalló ¡bendita
risa!
Entonces ella abandonó su
asiento,
y con grave ademán y muy
de prisa
salió, sin vacilar, del
aposento.
Lamáronla mil veces, poero
ella,
espléndida, graciosa,
soberana,
como asoma en los cielos
una estrella
el rostro fue a asomar a
la ventana.
-¡Ven, me dijo, mitad del
alma mías.
Dicen que amarte es prueba
de torpeza,
que por pobre te olvidé
¡qué ironía!
Que te deje por pobre -¡qué
tristeza!
Como no te comprender, ya
por eso
destruir mis amores se
concilia.
Yo siempre seré tuya: dame
un beso;
¡se ha lucido el consejo
de familia!
Juan de Dios Peza
29 de junio de 1852
Ciudad de México
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