UN POEMA DE AMOR
No sé. Lo ignoro.
Desconozco todo el
tiempo que anduve
sin encontrarla
nuevamente.
¿Tal vez un siglo? Acaso.
Acaso un poco menos:
novena y nueve años.
¿O un mes? Pudiera ser.
En cualquier forma
un tiempo enorme,
enorme, enorme.
Al fin como una rosa
súbita,
repentina campánula
temblando,
la noticia.
Saber de pronto
que iba a verla otra
vez, que la tendría
cerca, tangible,
real, como en los sueños.
¡Qué trueno sordo
rodándome en las
venas,
estallando allá
arriba
bajo mi sangre, en
una
nocturna tempestad!
¿Y el hallazgo, en
seguida? ¿Y la manera
que nadie comprendiera
que esa es nuestra
propia manera?
Un roce apenas, un
contacto eléctrico,
un apretón
conspirativo, una mirada,
un palpitar del corazón
gritando, aullando
con silenciosa voz.
Después
(Ya lo sabéis desde
los quince años)
ese aletear de las
palabras presas,
palabras de ojos
bajos,
penitenciales,
entre testigos
enemigos,
todavía
un amor de “lo amo”
de “usted”, de “bien
quisiera”,
pero es imposible…”
de “no podemos,
no, piénselo usted
mejor…”
es un amor así,
es un amor de abismo
en primavera,
cortés, cordial,
feliz, fatal.
La despedida, luego,
genérica,
en el turbión de los
amigos.
Verla partir y amarla
como nunca;
seguirla con los
ojos,
y ya sin ojos seguir
viéndola lejos,
allá lejos, y aún
seguirla
más lejos todavía,
hecha de noche,
de mordedura, beso,
insomnio,
veneno, éxtasis,
convulsión,
suspiro, sangre,
muerte…
Hecha
de esa sustancia
conocida
con que amasamos una
estrella.
Nicolás Guillén
10 de julio de 1902
Camagüey (Cuba)
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