LÍMITE UNO: EL AMOR
Recuerdo
tu vientre de pantera
destrozado.
Mis dientes
Tus garras
hechas cenizas en mi
rostro.
Tu ferocidad perfecta
detenida
en mi belleza perfecta.
Recuerdo el agudo violín
entre tus piernas
sexo desperado
intentando
los sonidos del cielo
tensando infinitamente
hasta no poder más
tu cuerpo en el espacio
para alcanzar
los bordes de mi voz.
Yo cantaba
como si fuera natural
en el hombre cantar.
Registrar lo sublime
y tu música
alta como las cumbres
que nacen
por encima de las cumbres
nieve dolorosa y eterna
tu música
se detenía para caer
sinfonía final
descuartizada bruscamente
tragada por el temblor
oscuro de mi canto.
Yo tocaba el tambor
y la volvía loca.
Cuando se volvía loca
y no le importada
ya la música
se perfumada para mí
y conversábamos
de lo difícil que es
cantar.
Bebíamos alcoholes
bebíamos alcoholes y fumábamos
lentamente nuestras
miserias.
Ella me decía y yo le decía:
Quiero inundar
con mi locura el universo.
Y más allá ¿qué harás?
Después del universo.
Ella se quedaba en
silencio
y yo le decía:
Esta mañana te hizo mal
jugar
a ver quién llegaba más
alto
con su canto.
Le acaricio la frente y le
digo
ni te llegué a ganar
dejaste de jugar a lo
sublime
asustada por el temblor
de esos tambores de la
selva,
sonando en pleno cielo.
Ella hacía una mueca
y yo me quedaba en
silencio.
El viento rozaba
levemente nuestros
cabellos
y ninguno de los dos
conocía el desenlace.
Cuando no sabíamos qué
hacer
fumábamos
y era divertido cuando fumábamos
ver cómo el humo
forma a su alrededor,
delgadas columnas de
cristal
varas finísimas
de mimbre y de marfil
para que su cuerpo
tuviera esa presencia
iluminada y cantarina
y a la vez esa lejanía.
Ella me decía y yo fumaba,
Para que no faltase el
humo
en la construcción de su
grandeza.
Cuando fumamos
te pones como un idiota,
no haces otra cosa que
mirarme
y me avergüenzo
y deseo escuchar
el estallido de mi deseo
y te veo ahí
tan callado en tus ojos
y soy atrapada
por el leve murmullo de
tus versos
como cuando jugábamos esta
mañana
a los sublime y no lo
puedo creer.
Dime ¿quién eres?
la calma del mimbre
o la belleza del marfil.
Orangután sin voz
o cristalino
canto inolvidable.
Y se agarraba la cabeza
con las dos manos
y se zambullía en mí
como en el mar
gritando
almeja delirante
no puedo más.
Se retorcía en mi vientre,
buscando pez compañero
divinidad marítima
que le mostrara
los secretos del mar.
Se alimentaba con mi semen
y a ratos
levantaba la cabeza para
decir:
Todo es hermoso. Gracias.
Yo
iba saliendo de mi sopor
como podía.
Ella
acurrucada pequeña
grandiosa en mi vientre.
Su belleza perfecta
detenida
en mi ferocidad perfecta.
Yo le decía
mientras ella agonizaba:
Ahora que estás muerta
quiero que bailes como
bailan
los peces en el mar
las noches que lo poético
invade sus entrañas.
Ahora que están muerta
quiero que bailes para mí
una danza de amor
y nada de vuelos nocturnos
hoy
nos quedaremos
a dormir en casa.
La sacudo
para que abra sus ojos
la levanto en mis brazos
y la tiro contra el techo
de la habitación
y ella
cae varias veces
pesadamente al suelo.
Se terminó el juego
Me digo
ella está muerta.
Y comienzo a buscar
con mi boca en su cuerpo,
el diamante perdido.
Y sus movimientos
vuelven a ser como de
camelias
y frente a mi sorpresa aúlla
y en ese aullido
toca los confines del
cielo
y esta vez lo sé
no habrá poema
que contenga ese grito.
Cuando volvía,
despeinada y maltrecha
me decía:
Eres un tonto
me veías volar y ni
siquiera
intentabas alcanzarme.
Así cualquier vuela alto.
Cuando volaba,
te veía sobre la cama
esperándome
y cada vez más alto
me volvía más loca.
Inmensidad cerca del cielo
en esa soledad más que
gozar,
el espanto se anudaba en
mis ojos
y aterricé rápidamente
y ahora te prometo
volar siempre contigo
y en ese gesto
una vez más
moría.
Miguel Oscar Menassa
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