DESPEDIDA AL PIANO
Tristes
los ojos, pálido el semblante,
de
opaca luz al resplandor incierto,
una
joven con paso vacilante
su
sombra traza en el salón incierto.
Se
siente al piano: su mirada grave
fija
en el lago de marfil que un día
aguardó
el beso de su mano suave
para
rizarse en olas de armonía.
Agitada,
febril, con insistencia
evoca
al borde del teclado mismo,
a
las hadas que en rítmica cadencia
se
alzaron otra vez desde el abismo.
Ya
de Mozart divino ensaya el estro,
de
Palestrina el numen religioso,
de
Weber triste el suspirar siniestro
y
de Schubert el canto melodioso.
-¡Es
vano! –exclamó la joven bella,
y
apagó en el teclado repentino
su
último son, porque sabía ella
que
era inútil luchar contra el destino.
-Adiós
–le dice-, eterno confidente
de
mis sueños de amor que el tiempo agota,
tú
que guardabas en mi edad riente
para
cada ilusión alguna nota;
hoy
mudo estás cuando tu amiga llega,
y
al ver mi triste corazón herido,
no
puedes darme lo que Dios me niega:
¡la
nota del amor o del olvido!
Salvador
Díaz Mirón
14
de diciembre de 1853
Veracruz
(México)
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