ESTACIÓN
Héme
aquí en los andenes de una estación sin nombre.
Armaduras
metálicas delimitan el cielo
en
cuadrícula justa de empañados cristales.
Entre
los paralelos raíles crece el musgo,
merodean
las ratas y se pudren despojos.
Heme
aquí en los andenes con maletas y fardos
y
un enorme baúl que no sé qué contiene.
Quisiera
preguntar si es que voy o es que vengo,
de
dónde me ha traído el tren de madrugada
y
cuál es el preciso lugar de mi destino
para
el que no recuerdo si he sacado billete.
Pero
no hay empleados. Hay un jefe invisible
en
un negro despacho sin ventanas ni puerta
que
se hace sordomudo a todas las consultas.
Se
llenan los andenes con más y más viajeros
igual
que yo, cargados de equipajes absurdos.
Se
les nota en la cara que están medio dormidos
o
que son medio tontos o que han perdido algo.
Muchos
parten de pronto en un tren sin bombillas
que
se marcha en silencio nadie sabe hacia dónde.
Los
despiden algunos con sollozos y gritos.
Pero
pronto se cansan y al final se consuelan.
Los
que llegan se anuncian con más gozo. Hay un grupo
que
pregona su arribo con palabras alegres
y
un aspecto solemne que no acierto a explicarme.
Todos
ellos me aturden, me fastidian. Si al menos
me
aclararan las cosas y ordenaran un poco
este
necio barullo. Porque, al cabo, es probable
que
yo venga enviada por alguno, que tenga
que
hacer algo importante o llegar a algún sitio.
No
sé nada de nada o quizá lo he olvidado,
He
perdido las llaves del baúl. Torpemente
descerrajo
la tapa. Si encontrara mi propia
filiación,
mi destino. Desengaño tremendo.
Sólo
hay frascos vacíos, inservibles zapatos,
alas
rotas, cintajos de colores, caretas,
trajes
viejos y libros olor a polilla.
Pasa
tiempo. Me aburro. Por hacer algo, escribo
versos
largos y adustos que no importan a nadie.
Voy
dejándome cosas por oscuros rincones:
Guantes
sucios, sonrisas, empapados pañuelos,
oxidados
cuchillo y hasta besos cortados.
Ya
no tengo maletas (Lo compruebo de pronto.)
Sólo
un tiesto con flores amarillas y mustias
y
una incómoda jaula con un pájaro triste
que
no come ni canta. Cruzan trenes y trenes.
Siempre
llega más gente y otros siguen marchando.
Hasta
algunos se tiran de cabeza a la vía.
Yo
no sé qué adelantan con romperse los huesos
y
quedar con los puercos intestinos al aire.
Pero
estoy tan cansada. Ni siquiera me importa
continuar
el viaje. Voy a ver si me duermo.
Ángela
Figuera Aymerich
Cuadro de Claude Monet
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