LA DESCONOCIDA CIFRA QUE NOS
SOSTIENE
Antaño, anhelando
sabiduría,
las milenarias hojas
del poema plácidamente deslizaban
con pétalos de
leyenda en la espalda roja de la pascua,
sus sueños de
invierno.
Antaño, la libertad
era un torreón por conquistar
presidiendo el
desfile un páramo de estrellas fugaces
prendidas en las
trenzas cautivas de la pasión.
Antaño se hizo
historia. La magia del abordaje construyó
los demonios de la
adivinanza y las diosas del verbo
bailaron sobre la
hierba fresca sus lágrimas de rocío.
Llegó el silencio con
tormenta de truenos enfurecidos
por la belleza de los
amantes desnudos de libertad
y se decretó la pena
de calabozo sombrío
en la inquisición del
símbolo.
Y hubo soledad de
piedra sin musgo en los mares del sur,
mucha soledad hubo
sin entierro.
Sólo las pezuñas equinas
entre las rocas
crepitaron música de
ceniza en la arena del destierro.
Siglos después, la
mujer hilandera inventó
la rueca del deseo,
portando flores de largas melenas
y frutas en los senos
para la sed del viento
con ánforas de
armonía en sus caderas.
Y se hizo invisible
la luz…
las cataratas
acariciaron de melodía las riberas,
la montaña sagrada
tembló de recuerdos
y el pozo del saber
brotó limpio como el agua de la mañana
en tus labios de rosa
indivisible.
La aborigen ruta, en
átomos de madera y piedra,
se hizo huella de
papiro
sobre la cera
encorvada de la bitácora amiga.
La fuerza que hoy me
sostiene sonríe en la cuatricromía
de carátulas
impresas, a fuego lento,
en el laboratorio de
la mágica pasión,
allí donde los
puentes cibernéticos
escuchan el crujir
del tiempo
haciendo templanza
del amor.
Carlos Fernández del
Ganso
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