AL RENCOR
No vengas, te
conjuro, con tus piedras;
con tu vetusto horror
con tu consejo;
con tu escudo
brillante con tu espejo;
con tu verdor insólito
de hiedras.
En aquel árbol la
torcaza es mía;
no cubras con tus
gritos su canción;
me conmueve, me llega
al corazón,
repudia el mármol de
tu mano fría.
Te reconozco siempre.
No, no vengas.
Prometí no mirar tu
aviesa cara
cada vez que lloré
sola en tu avara
desolación. Y si de mí
te vengas,
que épica sea al
menos tu venganza
y no cobarde, oscura,
impenitente,
agazapada en cada
sombra ausente,
fingiendo que jamás
hiere tu lanza.
Entre rosas, jazmines
que envenenas,
¿por qué no te ultimé
yo en mi otra vida?
Haz brotar sangre al
menos de mi herida,
que estoy cansada de
morir apenas.
Ocampo, Victoria
7 de abril de 1890
Buenos Aires
(Argentina)
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