LA METAMORFOSIS DEL VAMPIRO
La mujer, entre
tanto, de su boca de fresa
retorciéndose como
una sierpe entre brasas
y amasando su senos
sobre el duro corsé,
decía estas palabras
impregnadas de almizcle:
“Son húmedos mis
labios y la ciencia conozco
de perder en el fondo
de un lecho la conciencia,
seco todas las lágrimas
en mis senos triunfales.
Y hago reír a los
viejos con infantiles risas.
Para quien me
contempla desvelada y desnuda
reemplazo al sol, la
luna, al cielo y las estrellas.
Yo soy, mi caro
sabio, tan docta en los deleites,
cuando sofoco a un
hombre en mis brazos temidos
o cuando a los
mordiscos abandono mi busto,
tímida y libertina y
frágil y robusta,
que en esos
cobertores que de emoción se rinden,
impotentes los ángeles
e perdieran por mi.”
Cuando hubo
succionado de mis huesos la médula
y muy lánguidamente
me volvía hacia ella
a fin de devolverle
un beso, sólo vi
rebosante de pus, un
odre pegajoso.
Yo cerré los dos ojos
con helado terror
y cuando quise
abrirlos a aquella claridad,
a mi lado, en lugar
del fuerte maniquí
que parecía haber
hecho provisión de mi sangre,
en confusión chocaban
pedazos de esqueleto
de los cuales se
alzaban chirridos de veleta
o de cartel, al cabo
de un vástago de hierro,
que balancea el
viento en las noches de invierno.
Charles Baudelaire
9 de abril de 1821
París (Francia)
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