LA VIDA SENCILLA
Llamar al pan y que
aparezca
sobre el mantel el pan de
cada día;
darle al sudor lo suyo y
darle al sueño
y al breve paraíso y al
infierno
y al cuerpo y al minuto lo
que piden;
reír como el mar ríe, el
viento ríe,
sin que la risa suene a
vidrios rotos;
beber y en la embriaguez
asir la vida,
bailar el baile sin perder
el paso,
tocar la mano de un
desconocido
en un día de piedra y agonía
y que esa mano tenga la
firmeza
que no tuvo la mano del
amigo;
probar la soledad sin que
el vinagre
haga torcer mi boca, ni
repita
mis muecas el espejo, ni
el silencio
se erice con los dientes
que rechinan:
estas cuatro paredes,
papel, yeso,
alfombra rala y foco
amarillento?
no son aún el prometido
infierno;
que no me duela más aquel
deseo,
helado por el miedo, llaga
fría,
quemadura de labios no
besados:
el agua clara nunca se
detiene
y hay frutas que se caen
de maduras;
saber partir el pan y
repartirlo,
el pan de una verdad común
a todos,
verdad de pan que a todos
nos sustenta,
por cuya levadura soy un
hombre,
un
semejante entre mis semejantes;
pelear
por la vida de los vivos,
dar
la vida a los vivos, a la vida,
y
enterrar a los muertos y olvidarlos
como
la tierra los olvida: en frutos…
Y
que a la hora de mi muerte logre
morir
como los hombres y me alcance
el
perdón y la vida perdurable
del
polvo, de los frutos y del polvo.
Octavio
Paz
31
de marzo de 1914
Ciudad
de México (México)
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