NO ME CONDENES
Yo tuve, en tierra
adentro, una novia muy pobre:
Ojos inusitados de
sulfato de cobre.
Llamábase María;
vivía en un suburbio,
y no humo entre nosotros
ni sombra de disturbio.
Acabamos de golpe: su
domicilio estaba
contiguo a la
estación de los ferrocarriles,
y ¿Qué noviazgo puede
ser duradero
entre campanadas
centrífugas y silbatos febriles?
El reloj de su sala
desgajaba las ocho;
era diciembre, y yo
departía con ella
bajo la limpidez
glacial de cada estrella.
El gendarme, remiso a
mi intriga inocente,
hubo de ser, al fin,
forzoso confidente.
María se mostraba
incrédula y tristona:
yo no tenía traza de
una buena persona.
¿Olvidarás acaso,
corazón forastero,
el acierto nativo de
aquella señorita
que oía y desoía tu
pregón embustero?
Su desconfiar
ingénito era ratificado
por los perros
noctívagos, en cuya algarabía
reforzábase el duro
presagio de María.
¡Perdón, María! novia
triste, no me condenes;
cuando oscile el
quinqué y se abatan las ocho
cuando el sillón te
mezca, cuando ululen los trenes,
cuando trabes los
dedos por detrás de tu nuca,
no me juzgues más
pérfido que uno de los silbatos
que turban tu faena y
tus recatos.
Ramón López Velarde
15 de junio de 1888
Jerez Frontera-
México
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