miércoles, 18 de junio de 2025

NO ME CONDENES



NO ME CONDENES

 

Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:

Ojos inusitados de sulfato de cobre.

Llamábase María; vivía en un suburbio,

y no humo entre nosotros ni sombra de disturbio.

 

Acabamos de golpe: su domicilio estaba

contiguo a la estación de los ferrocarriles,

y ¿Qué noviazgo puede ser duradero

entre campanadas centrífugas y silbatos febriles?

 

El reloj de su sala desgajaba las ocho;

era diciembre, y yo departía con ella

bajo la limpidez glacial de cada estrella.

El gendarme, remiso a mi intriga inocente,

hubo de ser, al fin, forzoso confidente.

 

María se mostraba incrédula y tristona:

yo no tenía traza de una buena persona.

¿Olvidarás acaso, corazón forastero,

el acierto nativo de aquella señorita

que oía y desoía tu pregón embustero?

 

Su desconfiar ingénito era ratificado

por los perros noctívagos, en cuya algarabía

reforzábase el duro presagio de María.

 

¡Perdón, María! novia triste, no me condenes;

cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho

cuando el sillón te mezca, cuando ululen los trenes,

cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca,

no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos

que turban tu faena y tus recatos.

 

Ramón López Velarde

15 de junio de 1888

Jerez Frontera- México


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