AL EMPEZAR EL AÑO
Nada parece haber cambiado,
el ciclo vuelve y vuelve,
con fiereza la fuerza resurge
queriendo abocar la
incertidumbre,
lo taciturno, lo inesperado y
lo indeseable.
Un principio con todo el peso de
la locura,
parte con osadía los diques de
la mudez;
esa oblicuidad al asombro de
lo convexo,
esa negación a lo absurdo de
la multitud,
al delirio de una hoja de
papel en blanco,
al revoloteo de ideas sin
culminar,
sin abordar los esquejes de
coyuntura
en una cifra sobre el mantel.
Un principio con la fuerza y
el tesón
de mutar lo impertinente en
juicioso,
la mediocridad en
majestuosidad,
de romper el suplicio de un
embate
a la hora de partir hacia el
atardecer
en una nube enmarañada.
El primer día, el primer
llanto,
la primera mueca de
resplandor,
los primeros retazos,
balbuceos,
vienen con la solera pericial
aprehendida,
con el desvelo al caer la
tarde sobre zaguanes
de impronta valentía,
dando al ajuste de la torpeza
la sutilidad que profiere el veredicto,
afrontando desbarajustes y
devanando esbozos de paz,
a la aureola del entresijo en
otra vera y otro rumbo.
El comienzo del día,
la apertura de embozo augura
la aquiescencia,
desmiembra el engranaje de la
huída,
los acólitos del tiempo acogen
entornos verosímiles
envolviendo la avidez en
retales de alborozo
con el arrojo de la intrepidez
por emprender la cruzada.
Al empezar un año,
como el estreno del sol, la
luz, la belleza,
la alforja vacía,
sin denostar la palabra,
plasmar el lienzo de viejos
rencores acodados en la sombra,
borrando las pautas de dolor
al caminar por otro andurrial.
Gloria Gómez Candanedo
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