SOLO DE TROMPETA
Cuando ya las miradas de
todos se conocían vagamente,
a través de las pupilas
nubladas por el alcohol,
de aquella música confusa,
de la penumbra de aquel humo, del caos
vino un silencio
imperceptible,
y una trompeta sola, de
fuego, nos quemaba la vida.
O acaso era de hielo
aquella música:
inertes los sonidos, para
que cada uno de nosotros
los hiciese movibles, los
llenase de espíritu.
Por cada uno de los
hombres
la música cantaba
diferente: con alegría estéril
en la mujer que me miraba,
con cansada tristeza
en unos yertos labios, y
en el muchacho solitario
con profunda nostalgia de
vejez;
la música cantaba
diferente, sin que nadie supiera
cómo sonaba junta, con qué
intenso dolor.
En aquel cuarto oscuro
nada correspondía a la
verdad del hombre:
la emoción estridente del
músico era falsa,
torpe el engaño de los
otros.
La verdad es humilde y es
sencilla.
La soledad, al compartirla
con otras soledades,
hace más viva la
impotencia,
y empuja al hombre
entonces a regiones heroicas
con sólo en sentimiento.
Después cae un cansancio
sobre el alma
por esta lucha inútil, se
resiente
tanta falsa virtud, la
mentida pureza;
y cuando la trompeta,
desmayada, se extingue en el silencio,
sólo quedan visibles,
descubiertos al fin, los más ocultos,
los más tenaces vicios:
se reconocen las miradas y
puede haber piedad,
y hasta sentir alguno un
tibio amor.
La trompeta de fuego,
muda sobre una mesa, la
vemos amarilla,
y esta vieja y rayada.
Francisco Brines
22 de enero de 1922
Oliva – (Valencia)
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