EL SILENCIO
Yo te espero, mi amor,
para el silencio.
¿Para qué cantar más
cuando ya seas cierta?
Cansado de gritar de
maravilla,
cansado del asombro sin
palabras,
me callaré despacio, como
el niño feliz
que se duerme, en las
manos del juguete.
Tardarás mucho tiempo en
dormirme del todo,
en borrarme los últimos
recuerdos que me hieren,
lentísimos recuerdos sin
forma ni sustancia;
sombra más bien, o sangre
y carne casi,
con raíces que entraron
mientras iba creciendo.
Y tendrás el blanco sueño
de la infancia
desde el que hablaba a
Dios, aun a mi lado;
aquel sueño, tan cerca de
la muerte,
que podía llegar, serena,
clara,
a volverme a mi origen,
aun casi en el recuerdo.
Sueño que no será como el
de ahora,
lleno de ávidos pozos, de
agujeros
que de repente se abren a
la nada;
porque tendrá, disuelta en
su materia,
como nana de madre,
tu voz muda, la luz de tu
existencia,
tapizando las salas de mi
sueño.
No me pidas que cante
cuando vengas.
Cansado estoy del canto.
Tú has de ser la paz última
el blanco umbral de Dios…
Sólo oirás mi silencio,
como rumor de fuente,
como la paz de un lago,
creada por tus manos,
trayéndote el reflejo de
Dios para alabarte.
Confundidas las almas
en las anchas llanuras del
silencio, en su noche
sin borde, esperaremos…
Del libro: “La espera”
José María Valverde
26 de enero de 1926
Valencia de Alcántara
(Cáceres)
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