LAS CUATRO ESTACIONES
- RESURGIR
Primavera enfermiza
tristemente ha expulsado
al invierno, estación de
arte sereno, lúcido,
y, en mi ser presidido por
la sangre sombría,
la impotencia se estira en
un largo bostezo.
Unos blancos crepúsculos
se entibian en mi cráneo
que un cerco férreo ciñe
como a una vieja tumba
y triste, tras un sueño
bello y etéreo,
vago por campos do la
inmensa savia se pavonea.
Luego caigo enervado de
perfumes arbóreos,
cavando con mi rostro una
fosa a mi sueño,
mordiendo el suelo cálido
donde crecen las lilas,
espero que, al hundirme, m
desgana se alce…
-mientras, el Azur sobre
el seto y despierta
tanto pájaro en flor que
al sol gorjea-.
2. TRISTEZA DE VERANO
El sol, sobre la arena,
luchadora durmiente,
calienta un baño lánguido
en tu pelo de oro
y, consumiendo incienso
sobre tu hostil mejilla,
con las lágrimas mezcla un
brebaje amoroso.
De ese blanco flameo esa
inmutable calma
te ha hecho, triste, decir
–oh, mis besos miedosos-:
“¡Nunca seremos una sola
momia
bajo el desierto antiguo y
felices palmeras!”
¡Pero tu cabellera es un
río tibio,
donde ahogar sin temblores
el alma obsesionante
y encontrar es Nada
desconocida, tuya!
Yo probaré el afeite
llorado por tus párpados,
por ver si sabe dar al
corazón que heriste
la insensibilidad del azur
y las piedras.
3. SUSPIRO
Mi alma hacia tu frente
donde sueña
un otoño alfombrado de
pecas, calma hermana,
y hacia el errante cielo
de tus ojos angélicos
asciende, como en un
melancólico parque,
fiel, un surtidos blanco
suspira hacia el azul.
-Hacia el Azur eternecido
de octubre puro y pálido
que mira en los estanques
su languidez sin fin
y deja, sobre el agua
muerta do la salvaje
agonía de las hojas yerra
el viento y excava un frío surco,
arrastrarse al sol gualda
de un larguísimo rayo.
4. INVIERNO
¿El virgen, el vivaz y
bello día de hoy
da un aletazo ebrio va a
desgarrarnos este
lago duro olvidado ue
persigue debajo de la escarcha
el glaciar transparente de
los vuelos no huidos!
Un cisne de otro tiempo se
acuerda de que él es
quien, aún sin esperanza,
magnífico se libra
por no haber cantado la
región do vivir
cuando ha esplendido el
tedio del estéril invierno.
Sacudirá su cuello entero
esta blanca agonía
por el espacio impuesto al
ave que lo niega,
mas no el horror del suelo
que aprisiona al plumaje.
Fantasma que su puro
destello a este lugar asigna,
se aquieta en el ensueño
helado del desprecio
que entre su exilio inútil viste el Cisne.
Stephane Mallarmé
18 de marzo 1842
París (Francia)