NIÑEZ SONÁMBULA
Era una casa grande, vacía,
llena de ecos,
con veinte ventanales
abiertos hacia el mar.
Y el mar sonaba triste
contra el acantilado
como el destino sueña y acaba por matar.
Era una casa rara porque
nada pasaba
y siempre parecía que algo
iba a pasar.
Era una casa loa como
aquella en que, niño,
según ahora me explican,
nunca llegué a vivir,
pero que yo recorro,
sabiendo los secretos
de sus cien corredores y
sus puertas ocultas,
sus vueltas y revueltas,
sus cámaras cargadas
de perfumes pesados y de
un pasado horror
que todas las ventanas
abiertas hacia un mar
de luz y de aventura, y
disponibilidad,
no barren con su brisa, ni
liberan del ¡ay!
Era una casa antigua. Y triste
sin razón.
Allí viví de niño, y allí
vivo de veras
por mucho que me nieguen. Y
así, ciego, atravieso
los pasillos sin fin y las
salas vacías,
y esas puertas que empujo
para abrir otras salas,
todas ricas, lujosas, con
sus tapicerías,
relojes, porcelanas,
cortinas y recuerdos.
Todas eran iguales,
repetidas, abiertas,
la rosa y la morada, la
del león de oro,
la del abuelo Juan… ¿En qué
se distinguían?
Yo abría puertas, puertas,
buscando una salida,
lloraba algunas veces sin
saber bien por qué,
y huía como un ciervo
frente a aquella doncella
que me decía amable; “¿Qué
quiere el señorito?”
Huir, huir, mi vida sólo
ha sido una huída
sinsabor hacia dónde y sin
saber por qué.
Huir de aquella casa donde
viví de niño,
aunque según me dicen nunca
viví de veras.
No es un sueño. No. Veo oculto
y real
a ese niño que mira con ojos
espantados
detrás de una ventana, la mar,
la mar, la mar.
Gabriel Celaya
18 de marzo de 1911
Hernani (Guipúzcoa)
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