ESTACIONES
Adivínase el dulce y
perfumado
calor primaveral;
los gérmenes se agitan en
la tierra
con inquietud en su amor
oso afán,
y cruzan por los aires,
silenciosos,
átomos que se besan al
pasar.
Hierve la sangre juvenil;
se exalta
lleno de aliento el corazón,
y audaz
el loco pensamiento sueña
y cree
que el hombre es, cual los
dioses, inmortal.
No importa que los sueños
sean mentira,
ya que el cabo es verdad
que es venturoso el que
soñando muere,
infeliz el que vive sin soñar.
¡Pero qué aprisa en este
mundo triste
todas las cosas van!
¡Que las domina el vértigo
creyérase!...
la que ayer fue capullo,
es rosa ya,
y pronto agostará rosas y
plantas
el calor estival.
Candente está la atmósfera;
explora el zorro la
desierta vía:
insalubre se torna
del limpio arroyo el agua
cristalina,
el pino aguarda inmóvil
los besos inconstantes de
la brisa.
Imponente silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del
insecto se oye
en las extensas y húmedas
umbrías;
monótono y constante
como el sordo estertor de
la agonía.
Bien pudiera llamarse, en
el estío,
la hora del mediodía,
noche en que al hombre de
luchar cansado
más que nunca le irritan,
de la materia la imponente
fuerza
y del alma las ansias
infinitas.
Volved, ¡oh, noches de
invierno frío,
nuestras viejas amantes de
otros días!
Tornad con vuestros hielos
y crudezas
a refrescar la sangre
enardecida
por el estío insoportable
y triste…
¡Triste!... ¡Lleno de pámpanos
y espigas!
Frío y calor, otoño o
primavera,
¿dónde…, dónde se
encuentra la alegría?
Hermosas son las
estaciones todas
para el mortal que en sí
guarda la dicha;
mas para el alma desolada
y huérfana,
no hay estación risueña ni
propicia.
Rosalía de Castro
23 de febrero de 1837
Santiago de Compostela (A
Coruña)
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