CASTIGOS
Es cuando golfos y bahías
de sangre,
coagulados de astros
difuntos y vengativos,
inundan los sueños.
Cuando golfos y bahías de
sangre
atropellan la navegación
de los lechos
y a la diestra del mundo
muere olvidado un ángel.
Cuando saben a azufre los
vientos
y las bocas, nocturnas a
hueso, vidrio y alambre.
Oídme.
Yo no sabía que las
puertas cambiaban de sitio,
que las almas podían
ruborizarse de sus cuerpos,
ni que al final de un túnel
la luz traía la muerte.
Oídme aún.
Quieren huir los que
duermen.
Pero esas tumbas del mar
no son fijas,
esas tumbas que se abren
por abandono y cansancio del cielo no son estables,
y las albas tropiezan con
rostros desfigurados.
Oíd aún. Más todavía.
Hay noches en que las
horas se hacen de piedra en los espacios,
en las venas no andan
y los silencios yerguen
siglos y dioses futuros.
Un relámpago baraja las
lenguas y trastorna las palabras.
Pensad en las esferas
derruidas,
en las órbitas secas de
los hombres deshabitados,
en los milenios mudos.
Más, más todavía. Oídme.
Se ve que los cuerpos no
están en donde estaban,
que la luna se enfría de
ser mirada
y que el llano de un niño
deforma las constelaciones.
Cielos enmohecidos nos
oxidan las frentes desiertas,
donde cada minuto sepulta
su cadáver sin nombre.
Oídme, oídme por último.
Porque siempre hay un último
posterior a la caída de los páramos,
al advenimiento del frío
en los sueños que se descuidan,
a los derrumbos de la
muerte sobre el esqueleto de la nada.
Rafael Alberti
No hay comentarios:
Publicar un comentario
poesia