sábado, 21 de diciembre de 2024

FRENTE A FRENTE

 

FRENTE A FRENTE

 

Oigo el crujir de tu traje,

turba tu paso el silencio,

pasas mis hombros rozando

y yo a tu lado me siento.

Eres la misma: tu talle,

como las palmas, esbelto,

negros y ardientes los ojos,

blondo y rizado el cabello;

blando acaricia mi rostro

como un suspiro tu aliento;

me hablas como antes me hablabas,

yo te respondo muy quedo,

y algunas veces tus manos

entre mis manos estrecho.

 

¡Nada ha cambiado: tus ojos

siempre me miran serenos,

como a un hermano me buscas,

como a una hermana te encuentro!

¡Nada ha cambiado: la luna

deslizando su reflejo

a través de las cortinas

de los balcones abiertos;

allí el piano en que tocas,

allí el velador chinesco

y allí tu sombra, mi vida,

en el cristal del espejo.

 

Todo lo mismo: me miro,

pero al mirarte no tiemblo,

cuando me miras no sueño.

Todo lo mismo, peor algo

dentro de mi alma se ha muerto.

¿Por qué no sufro como antes?

¿Por qué, mi bien, no te quiero?

 

Estoy muy triste; si vieras,

desde que ya no te quiero

siempre que escucho campanas

digo que tocan a muerto.

Tú no me amabas pero algo

daba esperanza a mi pecho,

y cuando yo me dormía

tú me besabas durmiendo.

 

Ya no te miro como antes,

ya por las noches no sueño,

ni tese sonden vaporosas

las cortinas de mi lecho.

Antes de noche venías

destrenzando tu cabello,

blanca tu bata flotante,

tiernos tus ojos de cielo;

lámpara opaca en la mano,

negro collar en el cuello,

dulce sonrisa en los labios

y un azahar en el pecho.

 

Hoy no me agito si ge hablo

ni te contemplo si duermo,

ya no se esconde tu imagen

en las cortinas del techo.

 

Ayer vi a un niño en la cuna;

estaba el niño durmiendo,

sus manecitas muy blancas,

muy rizado su cabello.

No sé por qué, pero al verle

vino otra vez tu recuerdo,

y al pensar que no me amaste,

sollozando le di un beso.

 

Luego, por no despertarle,

me alejé quedo, muy quedo.

¡Qué triste que estaba el alma!

¡Qué triste que estaba el cielo!

Volví a mi casa llorando,

me arrojé luego en el lecho.

Todo estaba solitario,

todo muy negro, muy negro,

como una tumba mi alcoba,

la tarde tenue muriendo

mi corazón con el frío.

 

Busqué la flor que me diste

una mañana en tu huerto

y con mis manos convulsas

la apreté contra mi pecho;

miré luego en torno mío

y la sombra me dio miedo…

Perdóname, si, perdona,

¡no te quiero, no te quiero!

 

Manuel Gutiérrez Nájera

22 de diciembre de 1859

Ciudad de México  – México

 

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